Devoraba Capibara las hierbas frente sus vecinos hambrientos. ¡Estos son mis campos! Les despreciaba en la cara. Liebre, furiosa, irrumpió en su madriguera una noche de luna nueva, con sus incisivos alargados perforó las carnes de Capibara engullendo sus entrañas y botando sus ojos de las cuencas. Andando en su piel, Liebre vociferó ¡Estos son mis campos!
Están libres los ávidos; gritan sus logros, ansían poder, buscan reflectores, se hacen notar, habitan en el futuro que no ha llegado. Están libres los ávidos; no se conocen sus penas, se muestran triunfando en el trabajo o en una singular foto en algun lugar de Europa. Insaciables tragan los frutos de la dicha eterna que no los han de saciar. Sueñan con la vida eterna y apuñalan a traición a cambio de segundos de fama. Si tan solo escucharamos la voz de la infancia con nuestra adulta consciencia, se revelaría desnudo el enigma de esta efímera existencia.
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