Me voy a la guerra a pagar la condena autoproclamada. Me atan los grilletes que me han elegido a justa medida, por la persona que recita versos en mi cabeza y me mira fijamente a través del espejo cada mañana.
En las áridas estepas de mi transcurrir cotidiano, los titanes úlulan con furia incontenida: claman por razones y victorias que anhelan conquistar. Desenvainan la espada, atacán a traición mientras rechinan en sus propias cadenas también a medida.
De pronto reluce una chispa inusual, da luz a la penumbra entremedio del caos, refleja la casí traslúcida conexión al interior de los ávidos asuras hambrientos; es un hilo dorado que los interconecta con su compañero de armas y conmigo mismo.
En ese momento detengo la marcha, los tambores y clarin paran su canto.
Los grilletes se aflojan, acaba el día.
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